
Cada 26 de junio se celebra el Día Nacional del Código de Barras. Puede parecer un homenaje menor a un elemento discreto, casi invisible. Pero lo cierto es que este conjunto de líneas negras ha transformado para siempre la forma en que compramos, almacenamos y distribuimos productos en todo el mundo.
En la actualidad, el código de barras se escanea más de 6.000 millones de veces al día en todo el planeta. Eso equivale a más de 70.000 productos por segundo.
No está mal para algo que nació dibujado en la arena.
Todo empezó en 1948, en una playa de Miami. Joe Woodland, ingeniero, estaba tratando de dar con una solución para identificar de forma automática los artículos en los supermercados. Inspirado por el sistema Morse, plantó los dedos de la mano en la arena y dibujó cinco líneas paralelas. Ahí nació el principio del código de barras.
Sin embargo, en aquel momento no existían los ordenadores ni los sistemas de lectura óptica necesarios para explotarlo a gran escala. Habría que esperar a la generalización de los escáneres, los terminales y la informática comercial para que esta idea cobrara sentido.
El gran salto llegó el 26 de junio de 1974, cuando un paquete de chicles de frutas fue escaneado por primera vez en un supermercado de Ohio. Aquel producto está hoy expuesto en el Museo Nacional de Historia Americana en Washington, como símbolo de una revolución silenciosa.
Desde entonces, el código de barras se ha convertido en el sonido más reconocible del comercio moderno.
El «bip» de cada lectura puede corresponder a un artículo o un palé escaneado en un almacén durante la recepción, la preparación del pedido o la expedición. Puede marcar el inicio de un nuevo flujo logístico o el final de una venta con la entrega al cliente final.
En todos los casos, facilita la trazabilidad a lo largo de la cadena de suministro, evitando errores, eliminando tareas manuales y reduciendo los tiempos de caja. ¡Y hoy somos nosotros, los clientes, los que fichamos nuestros artículos en las cajas automáticas!
Su éxito radica en dos factores clave: su simplicidad y su universalidad.
Gracias a la organización GS1, que estandariza los códigos a nivel mundial, cualquier producto puede ser identificado con un «Global Trade Item Number» único. Desde una multinacional hasta un pequeño productor local pueden generar su código, siempre que cumplan con las normas y paguen su cuota anual.
En el entorno logístico, el impacto del código de barras ha sido profundo. Permite la identificación automática de productos sin necesidad de ser un experto. Un operario puede registrar una entrada, una expedición o una preparación simplemente escaneando un artículo, sin riesgo de error ni necesidad de memorizar referencias.
La evolución de la tecnología ha hecho posible que un solo escaneo recoja decenas de datos: referencia, lote, cantidad, fecha de caducidad, color, talla, DLC, DLUO, ubicación, etc. Y lo mejor es que esta información se actualiza en tiempo real, lo que permite reacciones automáticas en toda la cadena:
Hoy en día, es bastante frecuente escuchar que «el código de barras está muerto, viva el código QR». Y es cierto que, a partir de 2027, el QR está llamado a convertirse en el nuevo estándar global, al permitir más información en menos espacio. Pero el viejo código de barras seguirá acompañándonos durante años. De hecho, nuestros nietos probablemente lo reconocerán como un objeto del pasado… pero seguirá presente en muchos almacenes y procesos durante décadas.
Nacido de un simple gesto en la arena, el código de barras ha demostrado que la innovación no siempre necesita complejidad. Su legado está presente en cada almacén, cada operación logística moderna, cada punto de venta y en cualquier PDA que tenga un repartidor.
¡Feliz Día Nacional del Código de Barras!
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